Lo utópico, lo anquilosado y lo
políticamente correcto
A propósito del movimiento estudiantil
Por Miguel Tejada
Por estos días uno podía escuchar al transeúnte
desprevenido preguntarse, con un tono indiferente, por qué protestaban los estudiantes esta vez. Pregunta retórica
que escondía bajo las enaguas una lectura perezosa de los acontecimientos. Analicemos
esto, con otra pregunta, en las líneas que siguen: ¿Querrán acaso estos estudiantes cambiar el mundo, otra vez? La
respuesta, hoy, parece afirmativa. Pero esto, en vez de ratificar la
apreciación apática del transeúnte, se inscribe en un contexto distinto.
Recordemos por qué lo utópico de los movimientos
estudiantiles fue archivado en los anaqueles del fracaso histórico, luego de
las revoluciones estudiantiles del 60: la usurpación que hizo el aparato
capitalista de la retórica revolucionaria[1], como
respuesta a las críticas estudiantiles que exigían el desmonte de un esquema
laboral jerárquico y esclavista. En otras palabras, a los inquietos empresarios
se les apareció la Virgen. Se aprovecharon del análisis crítico del fenómeno
económico para darle un aire fresco al viejo sistema capitalista, anquilosado,
centralizado y homogéneo. Recordemos el termino anquilosado, porque más adelante lo retomaremos.
La consecuencia de este proceso fue el florecimiento
de una serie de ideales hedonistas; un individualismo socialmente aceptado y
deseable, donde el placer y la libertad ideológica (la apatía por cualquier
compromiso político) se predicaban en cocteles y desfiles de moda. Por
supuesto, este proceso de abdicación frente a las luchas sociales, frente al
reto de hacer una revolución, se dio de manera silenciosa. En eso consiste el éxito
de las nuevas fórmulas de poder. Es imperceptible. Un buen día, todo el
material del que se alimentaban las utopías y los sueños fue enviado al sótano
de las prioridades sociales. Lo políticamente correcto, esto es, la tolerancia
sexual, el multiculturalismo, los ideales liberales, la ecología y las nuevas
religiones, entraron a reemplazar el
espíritu de lucha social. Un ejemplo refrescante de este cambio es el discurso
de Coca-Cola, con su felicidad, chispeante y colorida. Una inmensa sonrisa que
esconde toda una historia de explotación laboral y lucha antisindical en las
fábricas de la famosa bebida.
¿Y qué ocurre hoy con las demandas estudiantiles? Digamos, con cautela, que se percibe un interés común por regresar a lo utópico. Es necesario aclarar, por supuesto, que lo imposible, la equidad social y la oposición a las políticas neoliberales, nada tienen de utópico. Es ironía, o poética mordaz, en contra de la anestesia ideológica. Este movimiento que hoy piensa el devenir del país, a través de la educación, está dirigiendo su mirada al territorio, a las comunidades menos visibles. Aquí uno de los aspectos a destacar de la causa estudiantil: el alcance de sus críticas, de la lectura que se está haciendo de la coyuntura. Pensar una sociedad libre y democrática es un planteamiento teórico relativamente sencillo, fácil de entender en el papel. Lo verdaderamente problemático en este punto es que estas conquistas humanas se traduzcan como una apatía hacia la acción política. La diversidad sexual, por ejemplo, es en el fondo un tema económico, lo mismo que el manejo responsable de los recursos naturales, aspecto crucial en el caso de la explotación minera. Así, más que cubrir de consignas bonachonas estas cuestiones, lo que resulta imprescindible es una articulación de estas problemáticas con el aspecto político-económico subyacente que determina el curso de los acontecimientos. Una lectura crítica de las crisis globales permitiría entender que las marcas de ropa más famosas usan el tema de la libertad sexual para valorizar sus acciones en la bolsa. Lo mismo ocurre con aquellas compañías que venden más unidades sólo porque en sus empaques se afirma que todos los procesos de producción y los materiales usados son respetuosos con el medio ambiente.
La guardia debe mantenerse en alto, porque el camino
de los estudiantes está colmado de trampas, de estorbos retóricos. El cuerpo
estudiantil debe blindarse frente a los ataques del discurso hegemónico, el
mismo que habla con tanta ligereza de civismo, democracia y cultura, comodines
que se emplean de forma ambigua, con el fin de mantener intactos los cimientos
del pensamiento dominante, de las políticas económicas globales , con sus
tratados de libre comercio y sus luchas insensatas contra amenazas terroristas
ficticias.
Cuestionar la transparencia de lo políticamente
correcto es un ejercicio de lectura que
no abunda en los currículos de las universidades. Y ni hablar de le educación
básica. Esta es la imagen anquilosada del progreso de un país a través de su
mediocridad escolar: un mastodonte cobarde. A los estudiantes no se les toma en
serio porque arrojen menos papeles a la calle, porque dejen de rayar las
paredes o porque se abstengan de quebrar vitrinas. Esta obediencia, este
civismo de cartilla, los inscribe en la facción más perversa del ciudadano, en
la confusión tierna de un adolescente problemático. No se trata de hacer una
apología a la violencia radical (esto desnudaría un vacío en el compromiso
político), sino de reformular las dinámicas de generación de conocimiento,
prestando atención a las verdaderas necesidades de los pueblos; implementar un
modelo de educación horizontal, consciente y crítico, consecuente con la dimensión
real del territorio. Esto es lo que hasta el momento se puede leer en las
intervenciones estudiantiles: el intento por construir un discurso. Miremos
pues, con buenos ojos, este extraño día soleado, pero tengamos listo el
paraguas, por si acaso.
[1]
Véanse “El ambiguo legado del 68”,
de Slavoj Žižek y “El nuevo espíritu del capitalismo”, de Luc Boltanski y Eve
Chiapello
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